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sábado, 25 de agosto de 2012

La gran piedra de aquetzari

Zárate llegó al umbral de la iglesia de Aquetzari. Vestía de negro y fumaba a bocanadas un puro.
Algunas feligresas, escandalizadas, dijeron a sus hijos:
-No se vuelvan a verla; esa mujer practica las malas artes de la hechicería.
Un grupo de indios caminaba por media calle. Encadenados a gruesas argollas, partían hacia las minas. Los servidores del encomendero, montados en recios caballos, los acompañaban.
Una india canosa se detuvo frente a la misteriosa mujer.
-¡Zárate! -le dijo con voz firme y patética. Vos regalás frutas a los pobres, frutas que se convierten en oro. Vos que no pedís agradecimiento por vuestros favores, sálvanos de esta humillación. ¿No ves cómo mueren los de nuestra raza?
La caravana de la encomienda se perdió bajo una nube de polvo.
Zárate tiró el puro al suelo, lo majó y entró decidida a la iglesia.
Se aproximó al Santísimo y se dispuso a encender una vela. En ese momento un hombre se acercó. Ella contuvo la respiración unos instantes para verlo. Era alto, vestía el uniforme del imperio español y sus cabellos negros se caían en un mechón sobre la frente. Al sentirse observado, éste sonrió.
Ella terminó de encender la vela, pero una misteriosa llama verde iluminó sus rostros.
-No se asuste -le dijo Zárate, es la llama del amor que ha despertado de repente.
El gobernador la miró incrédulo. Zárate prosiguió:
-Un mal presagio me anuncia su bello rostro, Alfonso de Pérez y Colma Vos gobernás nuestras tierras aunque nosotros no os lo hayamos pedido. Pero no os guardo ningún rencor por ello. Tomad este presente en señal del afecto que siento por vuesa merced.
Y sacó de su seno una cadenita de oro que terminaba en un anillo.
El gobernador, con su clara sonrisa, lo tomó como encantado.
Cuando logró percatarse, Zárate desaparecía por el umbral de la iglesia.
Sólo el búho desde su alta rama vio al gobernador De Pérez y Colma bajar del caballo frente a la casa de Zárate. La luna se desdibujaba a lo lejos. Era profundo el silencio. Ni siquiera los grillos cantaban. La luz de una vela anunciaba soledad por la ventana.
"¿Qué me trae a este lugar? -se preguntó-. Desde que Zárate me entregó esta cadena no he podido dejar de pensar en ella. Es como si este objeto tuviera voz y me repitiera constantemente: ¡tienes que ir!"
Con las manos frías llamó a la puerta. Zárate abrió, y su rostro bañado de luna cobró una extraña claridad que resaltó sus apretados labios cobrizos.
Alfonso trató de besarla, pero Zárate no se lo permitió.
-Espera, debés decirme antes si cumplirás vuestra promesa: ¿libertarás a mi gente y te unirás a mí por el resto de vuestros días?
-Sí... -contestó el gobernador.
La vela dibujó en la pared encalada la sombra de Zárate y Alfonso que se besaban.
A la mañana siguiente, Zárate lo despertó.
-Ven, tomemos de esta mistela ceremonial -le dijo, llenando dos pequeñas jícaras [1]. Hoy mismo nos casaremos sobre un altar de piedra.
Alfonso intentó hablar, pero Zárate continuó:
-Entonces vos serás mi sangre y mandarás a quitar los grilletes a todos los indios que están trabajando en las minas. Todos retornarán a su tierra. Nuestro pueblo, que ha vivido siempre dentro de la gran piedra de la esclavitud, será tan libre, que hasta las mismas mariposas desearán ser uno de nosotros.
Alfonso se echó a reír.
-¿Conque nos vamos a casar y los sucios indios volverán a sus palenques [2]? ¿No sabés que el rey de España es mi señor, y a él debo todo lo que poseo?
Una delgada ráfaga de furia recorrió el cuerpo de Zárate.
-Además -continuó el gobernador, pronto regresaré a España. Ahí me espera la señorita Margarita de Alonso, con la que estoy comprometido. Ella es una muchacha radiante como el sol, limpia como la más cristalina de las aguas, nunca una bruja como vuesa merced.
Los hilos del líquido púrpura de la mistela [3] se derramaron por el suelo mientras el gobernador se marchaba.
Ese mediodía Zárate subió al atrio de la iglesia. Y desde ahí congregó a todo el pueblo.
Uno tras otro, algunos pobladores se fueron acercando con curiosidad.
-¿No os dais cuenta de cómo sufre nuestra gente bajo el yugo de los españoles? -vociferó.
Alfonso pasó cabalgando en ese momento hacia la Gobernación. Ignoró a Zárate.
-Ese hombre a quien guardan toda clase de respetos -dijo, señalándolo- me ha prometido matrimonio y la liberación de nuestra raza. Pero ha faltado a su palabra. ¡Os pido para él castigo!
Un hombre empezó a reír, después otro, y así sucesivamente se soltó el rumor: "Está loca." "Toda bruja termina igual." "¡Pobre mujer!"
Zárate quedó sola, dando la espalda a la iglesia.
Entonces, una fina cilampa [4] empezó a caer.

Ya había transcurrido una semana de temporal. Una espesa capa de neblina se aferraba a todo el pueblo. Un presentimiento los hacía a todos mirarse sin hablar nada.
Zárate no había salido de su rancho. Algunos decían que la voz del Pisuicas [5] se escuchaba allí dentro.
El gobernador De Pérez y Colma quiso partir en su caballo hacia la ciudad de Cartago [6]. Pero la niebla le impidió seguir el camino. Entonces tuvo que regresar a Aquetzari.
Esa noche sólo Zárate permaneció despierta.
Todos se acostaron anonadados. Un extraño sueño recorrió sus lechos. Ellos sentían cómo brotaban de su piel escamas, plumas, gruesos cabellos. Se transformaban en animales de montaña.
Las calles de Aquetzari se poblaron de serpientes, yigüirros [7], dantas [8], jaguares, armadillos, urracas [9], micos [10].
Zárate se deslizó por calles de sombras. Buscó con la vista a un pavo real que llevara sobre su lomo una delgada cadena de oro de la que pendía un anillo.
Entonces dijo a todos:
-Habitantes de Aquetzari: no habéis soñado. Éste es el gobernador Alfonso de Pérez y Colma, que vivirá como vosotros, arrastrándose como animal dentro de la gran piedra de nuestra raza hasta que decida cumplir la promesa de casarse conmigo y liberar a nuestro pueblo.
Entonces la gruesa neblina se ciñó completamente sobre los techos de Aquetzari, y se fue endureciendo, poco a poco, hasta formar una gran mole de piedra.
Fuera de ella sólo quedó el eco de la leyenda de un poblado que allí existió alguna vez.
Después llegaron otros hombres que fundaron el pueblo de Aserrí [11], pero siempre miran con misterio la gran piedra que pareciera lanzar gritos desde adentro.
Si alguna vez quieres pedirle un favor a Zárate, debes llegar de noche a la roca, darle tres golpes y decirle:

Busco en mi vida un ideal...,
años caminando
y siempre en pie;
linda Zárate, escucha,
y ábreme
por el amor del pavo real.

Entonces la piedra se abrirá, y Zárate, vestida de terciopelo negro con bordados de plata, saldrá con su hermoso pavo real encadenado a escucharte bajo la eterna mirada de la luna.

077. anonimo (costa rica)



[1] Jícara: Vaso pequeño fabricado con la corteza del fruto de la güira.
[2] Palenque: Rancho grande en donde viven en común varias familias de indios.
[3] Mistela: Bebida hecha de aguardiente, agua, azúcar, y canela, a la que se le puede agregar el jugo de alguna fruta.
[4] Cilampa: Llovizna o garúa.
[5] Pisuicas: Diablo.
[6] Cartago: Capital de la provincia de Costa Rica durante la época colonial.
[7] Yigüirro: Mirlo de plumaje modesto y canto agudo y monótono. Ave símbolo de Costa Rica.
[8] Danta: Mamífero parecido al jabalí pero de piernas más largas, nariz prolongada en forma de trompa, piel cubierta de pelo corto y cola casi inexistente. Su carne es comestible.
[9] Urraca: Ave de plumaje oscuro, de la familia de los córvidos, muy domes-ticable.
[10] Mico: Mono.
[11] Aserrí: Es una de las poblaciones más antiguas de la República y conserva su nombre del primitivo cacique Aquetzari, Aquecerrí, Accerrí, Accerí, uno de los caciques güetares a quien protegió Juan Vásquez de Coronado. Esta en la provincia de San José.

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