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miércoles, 29 de agosto de 2012

El mariscal pero pardo de cela

Per treyzón tamén vendido
Jesús, nosso Redentor,
e por questes treydores,
Pero Pardo, meu señor

(Lamento de Frouseira)

Del noble mariscal Pero Pardo de Cela Aguiar y Ribadeneyra cuenta la leyenda cosas diferentes a las que se refieren Vasco Aponte y otros historia-dores.
Señor de la Torre de Cela, de la Frouseira y otros luga­res, Pero Pardo era uno de los más poderosos señores feudales del obispado de Mondoñedo, poder que hacían más digno de cuenta su parentesco con la casa de Saavedra y su matrimonio con doña Isabel de Castro, de la casa de Lemos, y descendiente de don Fadrique, hermanastro de don Pedro I el Cruel. Por todo ello, hacía sombra a la mitras mindoniense, en cuyos titulares tuvo siempre en­carnizados enemigos.
Quiere la leyenda que Pero Pardo se pusiese al frente de los famosos Hermandinos, enarbolando el conocido estandarte con el lema Deus fratresque Galloeciae, y guiando a aquellas huestes armadas con bisarmas, espadas, hoces y mallos, de un modo semejante a los husitas de Bohemia, se dedicase a derribar los caballos de sus enemigos y rivales, a incendiar sus campos y apoderarse de sus cosechas, ejercitando de este modo una despiadada justi­cia popular.
Otros dicen que tomó el partido de la infanta doña Juan la Beltraneja, llamada la Excelente Señora, y de su esposo, el rey don Alfonso de Portugal. Y por fin, hay quien pre­tende que su intención era alzarse por rey independiente de Galicia en contra de los Reyes Católicos de Castilla.
El caso es que don Fernando y doña Isabel decidieron reducirlo (inducidos principalmente -dice una versión muy extendida- por el Obispo y Cabildo de Mondoñe­do), y fue precisamente entonces cuando enviaron a Gali­cia a Acuña y Chinchilla con un cuerpo de tropas france­sas mercenárias al mando de un aventurero llamado Luis Manso Mudarra.
Pero Pardo se resistió y se sostuvo durante años, hasta que Muda-rra, después de muchos y reiterados fracasos consiguió encerrarlo en la fortaleza de la Frouseira.
Todavía se defendió allí bravamente, con altiva gallar­día, el Mariscal; de tal modo lo hizo que Luis Manso Mudarra veía su empresa irrernisiblementé perdida. Pero entonces, recordando a buen seguro aquello de que en la guerra y en el amor todo está permitido (hoy sustituiría­mos esa sentencia por otra de mucho más actual que dice que el fin justifica los medios), acudió a la traición.
Alfonso de Santa Mariña y otros supuestos fieles vasallos de Pero Pardo fueron sobornados mediante cierta importante suma de dinero para que entregasen a su señor.
En efecto, los traidores facilitaron a los sicarios de Mudarra la entrada en la Frouseira; pero el Mariscal se había trasladado a la de Castro d'Ouro que pertenecía a su parcial y pariente Pedro de Miranda. Allí lo siguió la trai­ción: cuando compartía sus planes y proyectos con el señor de Castro d'Ouro, se encontraron rodeados en el mismo salón de la casa por los mercenarios de Mudarra. Fueron hechos prisioneros Pero Pardo, su hijo de veintidós años y Pedro de Miranda. Posteriormente conducidos a Mondoñedo se les juzgó por rebeldes y fueron condenados a muerte.
La esposa del Mariscal, doña Isabel de Castro, espolea­da por el trágico fin que esperaba a su marido, marchó con algunos de los suyos, reventando caballos y devorando caminos y senderos, a fin de entrevistarse con la Reina Católica, y obtuvo finalmente el indulto para su esposo y para su hijo así como el del señor de Castro d'Ouro.
Pero la valiente y decidida doña Isabel de Castro no había tenido en consideración la enemistad a ultranza del Obispo y Cabildo de Mondoñedo. Sabedor éste de lo que estaba ocurriendo merced a los espías que tenía infiltrados en la Corte, se la ingenió de forma maquiavélica para que el indulto no pudiera llegar a tiempo y surtir el efecto ape­tecido.
Amaneció, por fin, el día en que había de ejecutarse la sentencia.
Doña Isabel de Castro se acercaba a uña de caballo y debía de llegar aquella mañana misma. Si por cualquier circunstancia su llegada no se producía dentro del plazo establecido, trayendo su mano la carta real, estaba todo perdido. Entonces, tres canónigos de Mondoñedo disfra­zados, salieron a esperarla a la entrada de la villa donde hay un puente sobre el río. Al llegar la dama le hicieron gran acatamiento, le confiaron fingidos secretos, le ofre­cieron viandas, y de este modo se las ingeniaron para entretenerla, hasta que cuando la desgraciada vino a dar­se cuenta de su tardanza, doblaban a muerto las campa­nas de todas las iglesias por los que acababan de ser eje­cutados.

Efectivamente, en la plaza de Mondoñedo acababan de caer las tres muy nobles cabezas de Pedro de Miranda, el joven hijo del Mariscal y de Pero Pardo de Cela. La cabe­za de éste, al rodar sobre el cadalso, dio tres botes y profi­rió tres palabras:

¡CREDO! ¡CREDO! ¡CREDO!

La fortaleza de la Frouseira fue arrasada. A doña Isabel de Castro le fueron devueltos todos los bienes de ella y los de sú esposo. Pero el lugar de la sepultura de éste y de su hijo, se ignora.
En el Museo Provincial de Lugo se conserva una larga y pesadísi-ma cadena de enormes eslabones, que se dice que fue la que sujetó los pies de Pardo de Cela en su pri­sión, y que por eso es llamada la Mariscala.
El puente donde se frustró el indulto se llama todavía hoy Ponte do Pasatempo.

105 anonimo (galicia)

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