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sábado, 25 de agosto de 2012

El conejo y el venado

Cuentan que hace mucho los animales no eran como ahora son. El conejo, por ejemplo, en lugar de orejas largas tenía dos grandes cuernos. Los cuernos eran casi del tamaño de su cuerpo y pesaban mucho, por lo que el conejo casi no podía brincar, que era una de sus maneras favoritas de moverse por el campo.
Otro de los animales que tampoco estaba muy contento con su aspecto era el venado, pues tenía unas largas orejas y, pensaba él, hacían muy pequeña su cabeza. El venado había escuchado que el conejo tenía unos hermosos cuernos y fue a buscarlo.
-¡Conejo, conejo! -gritó en cuanto lo vio.
-¿Quién me llama? -contestó el conejo
-Yo, el venado, que vine hasta aquí para ver tus hermosos cuernos.
-¡Ay, venado, son muy bonitos, pero pesan tanto...! Apenas puedo brincar con ellos -contestó triste el conejo.
Al venado se le iluminaron los ojos:
-Conejo, anda, préstame tus cuernos, que quiero ver cómo me quedarían.
El conejo se los prestó, y el venado fue inmediatamente al lago para admirarse.
-Estos cuernos me quedan mucho mejor que mis orejas largas -pensó el venado.
El conejo, entretanto, esperó y esperó, pero el venado no regre-saba para devolverle sus cuernos.
-¡Venado! -gritó. ¡Devuélveme mis cuernos!
-¡No! ¡Ahora son míos! -dijo el venado, y salió corriendo.
Enfadado, el conejo lo persiguió dando grandes brincos, pues ahora se sentía más ligero.
-¡venado, dame mis cuernos! ¡Venado, dame mis cuernos! -gritaba con cada brinco.
El venado, la verdad, es que estaba de lo más feliz, corriendo entre la hierba, y ni se daba la vuelta para mirar al conejo.
Cuando los dos se cansaron de correr, se sentaron en el zacate, y el venado, al ver al conejo, le propuso un trato:
-Ay, conejo, sí que estás feo sin nada en la cabeza. ¡Pero es que estos cuernos me gustan mucho! -le dijo. Te voy a regalar mis orejas.
Le dejó sus orejas sobre el zacate y se fue corriendo a gran velocidad.
El conejo, como no tenía otra alternativa, se puso las orejas en la cabeza y se dio cuenta de que con ellas escuchaba el canto de las aves cercanas y hasta los pasos del venado. Enseguida se puso muy contento, pues ahora tenía las mejores orejas del lugar, podía brincar tan alto como quisiera y ya no cargaría con pesados cuernos.
Después de todo, el cambio no había sido tan mala idea.

063. anonimo (mexico)

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