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miércoles, 29 de agosto de 2012

El agujero del infierno

Habitaba en Berbes un viejo procurador que había reu­nido una fortuna estafando al prójimo en cuantas ocasio­nes se le presentaron. Para conseguir sus aviesos proyec­tos se valía de la ocultación de importantes documentos que celosamente guardaba en una viga.
Pasaron los años; el procurador consiguió almacenar un gran caudal, pero sin disfrutar de él, porque su espíritu mezquino se lo impedía, y así murió, sin el menor escrú pulo de conciencia. Como era de suponer, el demonio esperaba con ansia su alma para conducirla al infierno en una de cuyas calderas fue echada.
Mientras tanto, uno de sus últimos clientes lloraba la muerte del procurador, porque unos documentos que le eran imprescindibles para resolver sus asuntos habían caí­do en manos de aquél y nadie podía ya recuperarlos. El buen hombre se lamentaba de su mala suerte, viéndose arruinado, cuando un día que se torturaba con la obsesio­nante idea, fue sorprendido por la aparición de un hombre­cillo diminuto que penetró en su habitación seguido de dos mulas. Cortésmente le invitó a subir en una de ellas, haciendo él lo propio y, dando a las mulas la señal de par­tida, se vio arrebatado el buen hombre en una maravillosa y fantástica. carrera. En unos instantes llegaron a lo más profundo de los infiernos.

Se apearon de los mulos, y el hombrecillo le condujo hasta una gran caldera en la que se estaba retorciendo entre las llamas el alma del empecatado procurador. Éste, al encontrarse sorprendentemente enfrente de una de sus muchas víctimas, sintió todavía más punzantes los dardos acusadores de su conciencia que le remordían sin tregua ni reposo a causa de la gran cantidad de malas acciones que había cometido durante su estancia en el mundo. Querien­do enmen-dar una parte del daño que había hecho, le expli­có al atribulado y estupefacto cliente, que aquellos papeles que buscaba por necesitar tanto los encontraría en el techo de su casa, contando hasta la terce-ra viga a partir de la puerta.
Complacido el buen hombre por la inesperada información, obte-nida de manera no menos inespérada y sorpren­dente, se dispuso a salir lo más aprisa posible de aquel espantoso antro. Entonces, el apóstol Santiago le hizo saber que el infierno se encontraba en lo más profundo de la tierra, y que para salir de él tenía que ascender a través de una cuerda. El Apóstol le puso la soga en las manos y el buen hombre inició su larguísima ascensión hasta llegar a Galicia.
Cuando puso los pies en suelo firme, se sintió tremen­damente cansado y abatido. La subida había sido trabajosa y necesitaba reponer fuerzas.
Dispuesto a saciar el hambre se dirigió a una taberna para com-prar algo; pero cuando puso en el Mostrador las pocas monedas que llevaba en el bolsillo, se las rechaza­ron diciéndole que ya estaban fuera de circulación hacía más de cien años. Asustado el hombre al comprobar que aquellos minutos que él había estado en el infierno consti­tuían un siglo para el mundo, se encaminó, mohíno, hasta Ver-bes, y ya repuesto del estupor, se dispuso a continuar su vida nor-mal. Fue en primer término a la casa del procurador cuya alma que-maba entre las impenitentes llamas del averno, extrajo de la viga indicada los documentos y con ellos pudo recuperar su perdida fortuna y vivir en paz el resto de sus días.

105 anonimo (galicia)

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