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miércoles, 29 de agosto de 2012

Adjaba edjo

La tribu Efac penetró en Guinea, hace siglos, por las fronteras de Ebibeyín y de Mongomo. Poco a poco, como una mancha de aceite, fue mezclándose con las otras tribus del país, quedando los núcleos principales en los distritos antes mencionados.
Adjaba Edjo, ya desde pequeño, capitaneando a los niños y adolescentes del poblado dio muestras de lo que iba a ser más tarde.
A sus cuarenta años era todo un hombre: apuesto, de cabeza proporcio-nada, pelo negro y ensortijado, frente ancha y despejada, ojos negros como la noche y brillantes como dos estrellas, nariz entre dos extremos, más bien ancha, dientes blancos como la espuma del mar, torso robusto y bien proporcionado, brazos y piernas aptos para la lucha y la fatiga; en una palabra, físicamente, reunía las cualidades del héroe.
Era inteligente, con mediana cultura, y adiestrado en las artes de la guerra; de natural bondadoso y acogedor. Cuantos acudían a él, fuesen o no familiares, en demanda de ayuda experimentaban los efectos de su bondad. Por todo ello, era respetado y escuchado de sus vecinos.
En cierta ocasión, una tribu nómada avanzaba saqueando y asolando poblados. El eco de las tumbas alertó al poblado de Adjaba Edjo del peligro que corría. Entonces los ancianos acudieron a Adjaba Edjo y le dijeron:
-Varias personas armadas con escopetas, flechas y machetes se acercan e intentan apoderarse del poblado. Te nombramos jefe, para que organices la defensa.
-Acepto vuestro ruego -respondió Adjaba Edjo- si cumplís con lo que os voy a pedir.
Así lo prometieron. Inmediatamente, el nuevo jefe ordenó reunir a los enfermos, niños, ancianos y mujeres y rogó que las protegieran en casas construídas con cortezas del Oñang, resistentes a las aceradas lanzas y a las flechas envenenadas. Metieron comida y agua suficiente para los días que podría durar el asedio.
Doce hombres de los más valientes quedarían allí custodiando esos tesoros vivientes, que eran los que más amaban y valían. Adjaba Edjo al frente de los demás hombres, capaces de luchar, se escondieron a ambos lados del camino por donde penetraría el enemigo. Sonaron varios disparos de los invasores; aladas flechas cruzaban los aires y se clavaban en troncos y ramas de los árboles. El no encontrar abierta resistencia les hacía sospechar.
La orden que Adjaba Ejdo había dado a los suyos era: Dejad que el enemigo agote la pólvora y las flechas y luego caed sobre ellos y hacedlos prisioneros. Sus previsiones se cumplieron. A una señal convenida, los que estaban en el poblado y los emboscados cayeron sobre los desprovistos atacantes y los derrotaron completamente.
Fue indescriptible la alegría con que enfermos, niños, ancianos y mujeres recibieron a los vencedores. Los regocijos por la victoria, a los que se asociaron muchos poblados vecinos, duraron varios días. El nombre de ADJABA EDJO entró en el catálogo de los inmortales de Guinea Ecuatorial.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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